Fernando André Sabag Montiel se coló anoche entre los militantes que le brindaban su apoyo a Cristina Fernández de Kirchner en la puerta de su casa, ubicada en el barrio porteño de Recoleta, y le gatilló un arma a centímetros de su cabeza. El hombre de 35 años, de nacionalidad brasileña, no logró su cometido de milagro. El revolver estaba cargado con 5 balas, pero ninguna de ellas salió. Ante este intento de magnicidio casi sin precedentes en la historia de nuestro país cabe en primer término preguntarse: ¿Se lo puede juzgar como un hecho individual?, o ¿A cuántos discursos de odio que circulan en el escenario social materializa este hecho?
En el informe Discurso de odio en Argentina, realizada por investigadores que integran el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/Lectura Mundi) y el Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID-IIGG/UBA), los discursos de odio son definidos como «cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia una persona o un grupo de personas…»
Llevando esta definición a la práxis mediática y política se pueden encontrar un sin fin de ejemplos. Sólo hace pocos días, por citar uno, Baby Etchetcopar lanzaba una serie de insultos a los manifestantes que se concentran en la casa de Cristina Kirchner en su defensa por el juzgamiento en la causa Vialidad. «Son discapacitados absolutamente de todo. Son una raza diferente. Son una raza de personas de mierda. Que se dedican a la política porque no saben hacer otra cosa», sentenció el conductor de A24. Anoche, luego del impactante episodio, sin hacer mea culpa, se solidarizó.
Este fragmento televisivo no es el único, ni mucho menos, se convirtió en un hábito de las pantallas y las redes sociales que se multiplican en otros espacios. ¿El episodio de anoche no tiene su hilo conductor en las concentraciones en donde se colgaron bolsas mortuorias en Casa Rosada o en la que se mostraba a un maniquí de la vicepresidenta en una guillotina? ¿Hace cuánto tiempo se viene alimentando un escenario que por inercia natural desembocaría en este tipo de magnicidio? ¿El ataque que protagonizó Sabag Montiel a cuántos otros ciudadanos representa? ¿Cuántos estímulos recibió este hombre antes de gatillar?
Este atentado no debería servir sólo para buscar responsables y señalarlos. Sino también para repensar los discursos y mensajes que circulan en el debate público. Y de eso se tiene que hacer cargo la dirigencia política en su totalidad. A fines del mes pasado el diputado nacional por Neuquén Francisco Sánchez (PRO) pidió la pena de muerte para la vicepresidenta por los supuestos delitos de corrupción que cometió. El hecho no fue repudiado por los referentes de la coalición opositora. Los representantes públicos tienen mucho que ver en esto y deben hacerse cargo. Sin caer en las teorías de los dos demonios, porque hay un sector que profundiza con más virulencia su mensaje y tiene los soportes necesarios para hacerlo, cabe decir que desde ambos lados de la grieta se promueve una descalificación continúa sobre el adversario.
Al respecto, la socióloga e investigadora Paula Canelo, advirtió: «La trampa del odio es que es una escalera. Con escalones que podemos estar construyendo todos, nos demos cuenta o no. ‘La derecha mata’, ‘son todos fascistas’, ‘son todos estúpidos’, ‘ellos son el mal’ también son discursos de odio». El redituable negocio de la grieta hace lo suyo. Legitima violencias.
La trampa del odio es que es una escalera. Con escalones que podemos estar construyendo todos, nos demos cuenta o no.
«La derecha mata», «son todos fascistas», «son todos estúpidos», «ellos son el mal» también son discursos de odio.— Paula Canelo (@pvcanelo) September 2, 2022
En ese sentido, planteó las medidas que se tendrían que tomar desde el Estado para erradicar los discursos de odio: «Convocatoria a la oposición como adversario político legítimo que es (y que tiene que aceptar ser). Y las sanciones que correspondan a aquellos actores con mayor responsabilidad pública (medios, dirigencia) que insistan con generar o reproducir discursos de odio. Es ya».
Hubo quienes también desde el cómodo sillón de su casa se apresusaron a dictaminar que el ataque estuvo armado por el propio entorno oficialista. Esta sentencia inamovible es consecuencia también de esta pulsión de odio, que se disemina con fuerza, como un virus, en gran parte de la sociedad. La irracionalidad no es un buen vehículo para transportarse. Llamar a la racionalidad en estos momentos es un deber de las fuerzas políticas y de quienes somos comunicadores sociales. Desterrar la incomunicación, las fake news, y la violencia en los mensajes cotidianos es perentorio en esta coyuntura. Que el odio no sea el mensaje.
Fuente: ElPais Digital