la serie «Historia de un clan» llegó a las sobremesas en 2015 con 11.8 puntos de rating en Telefe y numerosas premiaciones.
¿Por qué fascinan tanto los asesinos en serie? Desde la figura de Jack El Destripador como arquetipo del asesino serial moderno hasta el Petiso Orejudo y el siniestro clan Puccio, la ficción ha desplegado un terreno de libertad para torcer los límites de lo inenarrable en los crímenes en serie: libros, películas, series y recorridos turísticos se deslizan por formatos y lenguajes que trazan relieves sobre la crueldad y convocan a las audiencias desde un relato del horror y la persistencia de la anomalía, muchas veces con un magnetismo arrollador que bate récords.
Toda ficción tiene una relación con la verdad: la mira, la piensa, la imagina. Cuando la literatura, el campo audiovisual o las artes escénicas deciden intervenir en esa verdad la transforman: si el crimen no puede pronunciarse por lo monstruoso de sus actos y por el enmudecimiento que impone la rabia y el dolor de lo inexplicable, al devenir consumo cultural se vuelve digerible pero no por eso aceptable.
¿Cómo es meterse en la mente de un criminal? ¿Se puede espectacularizar el asesinato y la tortura hedonista? ¿Qué dice de su sociedad el hecho de que la película más vista en Argentina en 2018 haya sido «El ángel», sobre el máximo asesino de la historia criminal del país o, incluso, que una atracción turística de nuestra geografía más austral sea la prisión donde estuvo detenido el famoso criminal Cayetano Santos Godino, que pasó a la posteridad como «el Petiso Orejudo»?
¿Qué dice de su sociedad el hecho de que la película más vista en Argentina en 2018 haya sido «El ángel», sobre el máximo asesino de la historia criminal del país?
Para Marisa Grinstein, autora del libro «Mujeres asesinas», que en 2005 adaptó al formato unitario televisivo con muy buen rating, la fascinación por lo criminal tiene un origen concreto: la transgresión. «El que comete crímenes seriales transgrede las normas de conducta de una manera absoluta: no podría hacerlo más eficazmente. Como la mayoría nos comportamos dentro de marcos socialmente aceptables, estas actitudes despiertan curiosidad», sostiene.
«Podríamos ver ahora que muchas de estas mujeres asesinas fueron la contracara de tantas otras asesinadas: enfrentadas a la misma violencia lograron esquivar la muerte matando al otro o a la otra», apunta Grinstein sin que ello signifique reivindicar los crímenes sino mostrar «algunos casos de la realidad y tratando de analizar qué fue sucediendo en esas vidas para desembocar en una opción tan espantosa como el asesinato».
«Podríamos ver ahora que muchas de estas mujeres asesinas fueron la contracara de tantas otras asesinadas: enfrentadas a la misma violencia lograron esquivar la muerte matando»”
Marisa Grinstein
El coreógrafo y director teatral Ricky Pashkus, que adaptó la vida de Yiya Murano -famosa por envenenar con cianuro encubierto en masas finas a dos amigas y una prima entre febrero y marzo de 1979- con una obra musical que se llevó los elogios de la crítica en el Teatro El Nacional en 2016 bajo las interpretaciones de Karina K y Tomás Fonzi, tiene una lectura similar sobre esa fricción con lo establecido: «Los asesinos seriales son muy atractivos porque rompen todos los límites, porque están afectados por la extrema posibilidad, porque son casos de maldad y perversión pero también indudablemente, por más que no sean psicóticos, están bañados en mundos extremos del comportamiento humano».
La obra, que surgió del encuentro de Pashkus con Osvaldo Bazán y Ale Sergi, se inspira en el libro de Martín Murano, «Mi madre, Yiya Murano», publicado en 1994 y reeditado en 2016. Si toda relectura biográfica supone el ejercicio de una relación artificial con el pasado y por tanto puede afectar el dolor de quienes trascienden al sujeto de los crímenes, lo que buscaron los recreadores de la envenenadora más famosa fue no herir «el recuerdo, el nombre o la familia», por lo que tuvieron como faro de respeto lo que le pasaba emocionalmente al hijo con la adaptación.
La obra musical sobre Yiya Murano se llevó los elogios de la crítica en el Teatro El Nacional en 2016 bajo las interpretaciones de Karina K y Tomás Fonzi.
Sin embargo, también es cierto que «los asesinos seriales existen en todo el mundo y se puede hablar de ellos», quizá el modo está en cómo hacerlo: en el caso de la llamada «envenenadora de Monserrat» decidieron reflejar «su voluntad de ascenso social, su necesidad de priorizar por encima el dinero y el poco miramiento hacia los vínculos familiares, como el hijo», explica el director de la obra, que todavía está disponible en la plataforma Teatrix.
La figura de Murano nunca integró ese podio del terror que se le asignó a otros asesinos famosos de la Argentina. En opinión de Pashkus, «Yiya tiene una característica tan argentina, por quien fue su marido y por toda la historia, que sería difícil que el público la hubiera rechazado», de ahí que el personaje ficcionalizado tomó el toque «revisteril» como una vedette por esa impronta argentina y porteña de la protagonista. «Lo que sucedía en la obra era que se reían a carcajadas pero entendían el mensaje: ‘estamos haciendo una fiesta con lo malo'», explica el director, quien recuerda el acto final «con todos los asesinos seriales, como el Petiso Orejudo, bajando la escalera como estrellas» emulando las asesinas de la clásica «Chicago».
En el caso de la llamada «envenenadora de Monserrat» decidieron reflejar «su voluntad de ascenso social, su necesidad de priorizar por encima el dinero»
Con un tono mucho más perturbador y siniestro, la serie «Historia de un clan» llegó a las sobremesas en 2015 con 11.8 puntos de rating en Telefe y numerosas premiaciones, entre ellas los Martín Fierro de 2016. Con las actuaciones principales de Alejandro Awada y «Chino» Darín, la producción conjugó el retrato de una época con la seguidilla de secuestros y homicidios de Arquímedes Puccio y su familia.
Uno de los guionistas de «Historia de un clan» fue Javier Van de Couter, también director y actor que hace poco dirigió la película «Implosión» (2021), sobre lo que la prensa llamó «La masacre escolar de Carmen de Patagones» y que él -oriundo de esa misma ciudad austral- ficcionalizó a partir de la actualidad de dos de los sobrevivientes del ataque. En la propuesta, el director convenció a dos víctimas a interpretarse a sí mismas en un viaje de más de 1.000 kilómetros en busca del atacante.
Trailer de «Implosión».
En ambas producciones, se trabajó desde la ficción y no tanto con la intención de documentar o reconstruir los hechos porque, en el caso del film que narra la historia del adolescente de 15 años que en 2004 le disparó con una pistola a sus compañeros de aula -provocando la muerte de tres de ellos e hiriendo a otros cinco- «por más que sean las personas reales que se interpretan a sí mismas, hay una construcción ficcional, no es documental».
«Trabajar con ellos me ayudó a encontrar el modo de abordar el tema», cuenta Van de Couter. Esa misma libertad de reescribir se activó en la composición de los personajes del clan Puccio, que durante la década del 80 cometió una serie de secuestros extorsivos utilizando como base operativa su casa y seleccionando a sus víctimas en el entorno en el que se relacionaba la familia.: «Si bien estaba basado en personajes reales ya nos fue contada como una idea que estaba procesada como ficción», acota.
En este sentido, para el guionista escribir sobre el cabecilla del clan, Arquímedes Puccio, fue «muy vertiginoso». Así lo recuerda: «De tan complejo me resultó atrapante, pero no conmovedor. Nunca compartí su manera de ver el dolor, ni la ambición, ni la familia, ni la amistad. Pero obviamente me paré en un lugar de objetividad necesaria para que la ficción y ese derrotero de acciones funcione para la historia».
«Historia de un clan»
Por eso, si bien estudió mucho los casos y el equipo de guionistas de «Historia de un clan» contó con la investigación especializada de Rodolfo Palacios, Van de Couter insiste con el carácter inventivo de la adaptación: «Me interesa el relieve de esas lógicas, lo que les pasa a los personajes después de lo ocurrido. Las consecuencias y heridas que esos hechos dejan en otros».
«La ficción puede acertar o no, pero siempre hará reflexionar al espectador sobre lo ocurrido, lo hará tomar partido, pensar que hubiera hecho uno, etcétera, etcétera, eso de alguna manera es integrar al espectador en el juego», reflexiona el guionista para quien hay espectadores para todo: «Los que les interesa el horror, otros el amor, a otros los vínculos, a otros las identidades», ilustra.
«La ficción puede acertar o no, pero siempre hará reflexionar al espectador sobre lo ocurrido, lo hará tomar partido, pensar que hubiera hecho»”
Javier Van de Couter
Liliana Escliar, escritora y guionista de cine y televisión, que hizo dupla con Marisa Grinstein en la adaptación de «Mujeres asesinas», está trabajando en una miniserie sobre el femicida Ricardo Barreda que repone una llamativa ausencia del relato de estos crímenes: la perspectivas de las víctimas. Una revictimización a la que se ven sometidas muchas de las damnificadas, como dice en referencia a la doble victimización que vivieron estas mujeres: primero por el asesino, después por los medios de comunicación.
¿Cómo se resignifica la mirada sobre los asesinos con la problemática estructural de género, la desigualdad social y económica, la exacerbación del odio y la cancelación homicida de la alteridad? «No sé cómo contestar -responde la autora de «Los motivos del lobo» y «Tumbas rotas», dos novelas de una serie que tiene como protagonista al investigador Daniel Parodi-. En principio, y a riesgo de parecer demasiado maniquea y dura, me parece que el riesgo de resignificar la mirada sobre los asesinos es exculparlos de sus actos, crímenes que seguramente pueden explicarse y describirse sociológica y psicológicamente pero no justificarse».
«Me parece que el riesgo de resignificar la mirada sobre los asesinos es exculparlos de sus actos, crímenes que seguramente pueden explicarse y describirse sociológica y psicológicamente pero no justificarse»”
Liliana Escliar
Para la escritora, la voracidad de consumos culturales vinculados a los crímenes seriales se relaciona con la perplejidad y el magnetismo que generan. «Nos fascinan, nos cuesta creer que de verdad existan y, cuando los descubrimos y vemos que actúan en el mundo real, se transforman en ‘monstruos mimetizados’. Los asesinos seriales suelen tener amigos y familia. En apariencia, sus vidas son iguales a las de los ‘normales’. Pueden compartir con nosotros un ascensor o un colectivo, darnos los buenos días y al momento siguiente elegirnos como víctimas. El formato audiovisual nos incita a buscar rasgos y marcas distintivas… pero no las hay. Son el ABC del género de terror: la familiaridad y sin embargo la otredad, estos monstruos que son seres humanos, pero no».
Liliana Escliar, escritora y guionista de cine y televisión.
Perspectiva de género
Diez años antes de que la agenda de género tomara la relevancia mediática y popular que alcanzó a partir del Ni Una Menos en 2015, la ficción «Mujeres asesinas» en su temporada debut que se veía los martes a las 23 por Canal 13 cobró notoriedad por mostrar lo excepcional en un mundo donde los que matan suelen ser varones.
El ciclo unitario, que tuvo tres temporadas más y se ganó varias estatuillas, entre ellas, el Martín Fierro a Grinstein y Liliana Escliar, Walter y Marcelo Slavich a mejor autor/libretista, tomó como soporte el libro homónimo de Grinstein, donde a través de tres entregas que tuvieron lugar entre 2000 y 2007 la autora reconstruye distintas historias con la pericia no tanto del «crimen en sí mismo sino las situaciones que habían llevado a esas mujeres a matar».
«Se mostraba la historia que los conducía a todos ellos a ese final trágico y aparecía también otro factor: la desidia del entorno»”
Lo que buscaron en la adaptación televisiva fue, justamente, ampliar el foco: «No solo mostrábamos a la protagonista del crimen sino también su relación con quien finalmente se convertiría en su víctima, y que en muchos casos había empezado siendo el victimario. Se mostraba la historia que los conducía a todos ellos a ese final trágico y aparecía también otro factor: la desidia del entorno».
Se refiere a «la falta de ayuda cuando la mujer mandaba señales de que algo estaba funcionando mal: policías que desestimaban denuncias, vecinos que no intervenían ante situaciones violentas, esposos que daban por sentado que podrían seguir humillando a su mujer eternamente. Ahora las cosas son distintas y ya muchos aprendieron a leer esas señales. De a poco, claro. Porque se avanzó pero es obvio que falta muchísimo».
En esa línea, Liliana Escliar, junto con Mercedes Reinke, Soledad Vallejo y Florencia Etcheves, está trabajando por estos días en una serie sobre el femicida Ricardo Barreda que, en sus palabras, «busca salir del registro morboso y espectacular para poner la mirada sobre estas mujeres victimizadas por el asesino primero y por los medios después. Además de la justicia que implica revisar el relato por el cual ellas ‘se hicieron pegar’, este abordaje nos permite contar que todos y todas podemos ser víctimas».
En un país que de enero a junio de este año registró 133 femicidios, 7 transfemicidios y 11 femicidios vinculados de varones, según el relevamiento de La Casa del Encuentro, ¿se puede resignificar hoy «la serialidad» en términos de «sistematicidad» para incluir al femicidio, una clase de crimen que estadísticamente genera un asesino cada 35 horas?
Para Escliar con «la frecuencia creciente de los femicidios, los crímenes raciales o de género sucede un acostumbramiento, un dejar de ser horror y dejar de ser noticia que habilita, propone modelos –como cuando ´se pone de moda´ determinada manera de matar- o por lo menos resta condena social. Nos convertimos en una sociedad monstruosa».
Mujeres asesinas
El libro «Mujeres asesinas» nació de la curiosidad de «un crimen en concreto: el de una mujer que mató a su amante, lo cortó en trozos y con esos trozos hizo empanadas y salpicón para vender en su restaurante. O sea, convirtió a su ex amante -un hombre con el que había tenido una larga y compleja relación- en comida para vender». Y así como está esa mujer, también hay otras cuyos móviles funcionan como reacciones a la violencia cotidiana, al dolor y la angustia, mucho menos que al hedonismo de la tortura y el asesinato .
«Salvo excepciones -repone Grinstein sobre las historias de su libro y del ciclo televisivo-, la mayoría de esas mujeres habían pasado por episodios de enorme padecimiento. Ninguna de ellas contaba con recursos económicos, sociales, psicológicos o afectivos para salir del pantano. Iban, entonces, acumulando traumas hasta que advertían que estaban en una trampa de la que no sabían salir. En ese punto mataban. O bien en un impulso o en defensa propia, o bien planificando esa muerte. El factor común: padres y madres violentos, parejas maltratadoras, jefes impiadosos, amigos o amigas perversos. Todo lo que las rodeaba significaba opresión y sometimiento».
«Una de las asesinas me dijo, desde la cárcel: mi marido tiró demasiado de la cuerda y no pude más, la cuerda se rompió. Creo que en un segundo plano la intención al contar esas historias fue decirles a los que tiran de la cuerda que todo tiene un límite, que no se puede actuar siempre desde la impunidad, que las cosas pueden terminar de la peor manera. Y también sugerir que a veces lo más sabio es alejarse de esa brutalidad -física o psicológica- que solo puede conducir a otra acción similar», reflexiona.
En este punto, señala que los criminalistas dicen tener bastante en claro, ante un crimen, si fue cometido por un hombre o por una mujer. En general, la mujer mata a alguien con quien está unida por un vínculo. Es raro que una mujer decida pegarle un balazo al vecino porque tiene la música demasiado alta. Mata, en cambio, a alguien con quien tiene un lazo afectivo. Por eso mismo la rabia de las 50 puñaladas, la descarga emocional evidente. Y por eso mismo no es habitual que la mujer cometa crímenes en serie».
Fuente: TELAM