Las risas de Alberto en el pintoresco programa de Rebord, el protagonismo furioso y no azaroso de Milei, el duelo de Larreta y Macri, las amenazas de Bullrich, las trompadas de los colectiveros a Berni, la endogamia kirchnerista, el indomable dolar blue y la asfixia inflacionaria que hace tambalear la figura hasta ayer imbatible de Sergio Massa. No todo es igual, por supuesto. La simplificación y homogeneización de los actores también es injusta, pero lamentablemente una marca de época es que en la dinámica pesada de la calle los productos se embalan por un mismo precio. Un todo por dos pesos del escenario político que resuena en la cabeza de los trabajadores y los aturde. Los aleja cada vez más cuando las elecciones están a la vuelta de la esquina.
Hace unas semanas el escritor y conductor Alejandro Dolina visitó el mencionado programa el «Método Redord» y dejó, como casi siempre, algunas reflexiones más que interesantes. Una de ellas hizo referencia al peligro que sufren las personas ante la tentación de repetirse: «La sospecha de convertirse uno mismo en su propia parodia…hay una influencia del entorno para que uno vuelva a escribir siempre el mismo poema. ¿Cómo salirse uno de esa rueda?. ¿Qué es lo que hace que uno se repita? La finitud de los enunciados. La solución es dotarse de nuevos enunciados. Seguir aprendiendo, luchar contra eso». Dotarse de nuevos enunciados en una realidad urgente es el desafío del oficialismo, de la oposición y de todas las fuerzas políticas ante un diagnóstico unánime: el hartazgo.
El matiz de las conversaciones de los vecinos y vecinas en la cola de un supermercado, a la salida de una escuela o en la plaza del barrio suele ser repetirse cuando se toca el tema de «la política» y «los políticos». El primer síntoma es la lejanía: el dirigente político ajeno a su círculo de la realidad; el segundo es la bronca y el tercero, consecuencia de los anteriores, es la desconfianza. El analista político Javier Cachés advirtió en un tuit el crecimiento de una tendencia que se cristalizó en las elecciones en Río Negro el domingo pasado: sólo un 66,7% del electorado emitió su sufragio, un 7 por ciento menos que en los comicios del 2019. Un certificado de la desilución en la política.
«Desilusión» fue también un concepto que eligió para el título de su artículo en Anfibia Ignacio Ramírez. Allí el consultor da cuenta de la «viralización de la decepción» de la sociedad y «la derechización de la opinión pública». «Un malestar impregna a toda la sociedad, despedaza sus lazos, corroe el capital social y electrifica el ánimo colectivo», sentencia la pluma del sociólogo e investigador. Este sombrío escenario produce una serie de consecuencias entre las que se destaca la emergencia de una figura como Javier Milei, sobre quien Ramírez dice: «Milei, más que una esperanza, es el idioma de la furia. Las próximas elecciones estarán regidas por la combinación de furia y resignado abatimiento».
Como señalé, hasta aquí, podemos afirmar que el único consenso social y político es el diagnóstico, más allá de algunos matices. Pero ¿lo que no se dice tanto en este mundo sobreinformado suele ser lo más importante para comprender y así empezar a accionar para enderezar el rumbo de un barco a la deriva. El pasado 9 de abril el periodista y escritor Marcelo Figueras publicó una nota en El Cohete a la Luna en la que arroja datos que son un baldazo de agua fría a la ilusión de un porvenir mejor: «Según la organización no gubernamental Oxfam, durante la última década los súper ricos —el famoso 1%— acapararon el 50 % de la nueva riqueza generada. Pero además la cosa empeoró a partir de 2020, cuando el 1% se quedó prácticamente con los dos tercios de esa misma torta: el 67% de la nueva riqueza mundial. Lo cual supone que, desde entonces, y citando un twitt del profe Sergio Wischñewsky, «el 99% (de la población humana) restante tuvo que repartirse el 33% que quedaba».
Demasiado pesimismo para empezar a desandar un jueves soleado, pero poner los pies sobre la tierra es necesario. El punto de partida debe ser siempre una aproximación compleja a la realidad. Los datos duros pueden parecer solemnes e impersonales para la masa trabajadora que muchas veces no puede pensar o no puede permitirse pensar más allá del precio de los comestibles y del alquiler de un techo que se les viene encima. Pero este escriba se permite aconsejar que a la hora de reflexionar sobre nuestro voto se debe tener en cuenta ¿quién es cada quién? y ¿qué hace cada fuerza política para erradicar esta salvaje desigualdad? Una desigualdad que a esta altura del partido es una enfermedad terminal. El enunciado debería estar ahí: luchar contra ese flagelo.
Fuente: ElPais Digital