¿Qué es lo primero? ¿El huevo o la gallina? ¿Los aranceles o la inflación? Es fácil darse cuenta. El presidente Trump es un volcán que no cesa de proferir aumentos de aranceles a mansalva. Sin embargo, todavía solo son anuncios. Se promete el torrente de lava ardiente para más adelante. En cambio, la inflación ya está aquí, cómodamente instalada (y, si se quiere, a sus anchas desde 2021).
Subió la inflación de Biden, dijo Trump, rápido para desmarcarse, después de la lectura de los precios al consumidor. En efecto, su antecesor le dejó una escalera servida: 0,2% en octubre, 0,3% en noviembre, 0,4% en diciembre y, en su despedida, ¡oh, sorpresa!, 0,5% en enero. Empero, la inflación de herencia ya es toda suya. Se la adjudicó legítimamente con la victoria indiscutida en las urnas. Más importante aún: nadie se acuerda de Biden, todos -propios y ajenos- están pendientes de la energía creativa de Trump (y, a lo sumo, también un poco de Elon Musk).
EEUU: el precio de los huevos en niveles récord
Dicen los sondeos de opinión que la inflación es lo primero. Se debe darle prioridad (34% de las respuestas), antes que a la inmigración (31%) o a la economía en general (21%). No obstante, el 66% de los encuestados cree que Trump no se ocupa lo suficiente. La inflación es un corrosivo letal para una presidencia. Pueden dar fe Biden y los demócratas. Y también Trump quien se benefició del descontento en la campaña. “Empezando el Día Uno acabaremos con la inflación”, prometió en su fragor, “y haremos a América accesible de nuevo”. En enero, el precio de los huevos se disparó 15% (53% interanual) y alcanzó récords flamantes. No hay peor llaga a restregar. Y se traspasó irresuelta. Cadenas como WalMart y Costco están racionando la venta a una docena por persona. La culpa es de la gripe aviar, no de la política económica, pero una población con los desayunos revueltos le pasará la factura a la política, tarde o temprano. Aunque sea la Fed la responsable de devolver la inflación a la meta de 2%. Lo que hará, pero tomará su tiempo. Eso sí, las decisiones de Trump pueden facilitar o complicar la tarea. Él elige.
Trump es un negociador de alma. Y un amante del «chicken game». Y de los aranceles, aunque sea por el equívoco de suponer que son impuestos que (siempre) pagan los países extranjeros (cuando es así solo en el caso extremo de que deprecien sus monedas en forma equivalente). Pero con la inflación en ebullición, los juegos de la gallina son dos. En uno es Trump quien apura a los demás con las amenazas de mayores aranceles. En el otro, los mayores precios lo van a apurar a él.
Un objetivo: que reculen las tasas del Tesoro de diez años
¿Qué vendrá primero? ¿La guerra comercial o contra la inflación? Si había dudas, Scott Bessent las despejó con la confesión de que la Administración está focalizada en que reculen las tasas del Tesoro de diez años. Trump pidió ya tres veces que las tasas bajen, pero no embistió ni una sola vez contra Jay Powell y su manejo de los fed funds. El presidente entendió, por fin, que primero debe ceder la inflación. Y no le exige a Powell que cumpla mejor su faena. No, al contrario, le ofrece a su servicio el menú de sus políticas económicas. Bajar el costo de la energía (“Drill, baby, drill”), la desregulación, y la motosierra DOGE que empuña Elon Musk y ya causa estragos en su afán de fabricar rápido espacio fiscal.
Si la obsesión de Trump es que bajen las tasas, y para eso necesita que la inflación caiga, ¿cuán inflacionaria podrá ser la política de aranceles? De Bessent al Senado: queremos los aranceles para crear empleos, aumentar la recaudación (y financiar una poda de impuestos) y como herramienta de presión para negociar. De Bessent a Trump: se deben aplicar con suma prudencia para evitar un búmeran que eche más leña a la hoguera de los precios o desbande las expectativas de inflación. Por eso Trump ladra fuerte y no muerde. Subió los aranceles a Canadá y México (de virtualmente cero) a 25%. Pero congeló su implementación por un mes. Elevó los tributos al acero y al aluminio del 10% al 25%, y eliminó las exenciones; lo que comenzará a regir el 12 de marzo. Con bombos y platillos, reveló su estrategia de aranceles recíprocos a todos los países. Sin embargo, primero una comisión deberá establecer los detalles de un plan y remitirle sus recomendaciones al presidente el 1 de abril, quién luego resolverá qué hacer. Trump avisó que habrá un capítulo dedicado a los autos que entrará en vigencia el 2 de abril. Es una vorágine de decisiones terribles, todas ellas en suspenso. Hagan sus posturas, señores. La negociación está abierta. Trump ladra, pero hasta ahora solo mordió a China con un gravamen extra de 10%. Eso sí, gracias a su gestión, la app de Tik Tok volvió a estar disponible en las tiendas virtuales de EEUU.
Mercados: los bonos ya no se espantan
Los mercados se adaptan a Trump 2.0. Los bonos ya no se espantan (lo bien que hicieron en agitar las tasas largas más de un punto completo entre septiembre y diciembre). Con Trump no importa tanto lo que dice sino lo que hace. Pero lo que dijo Bessent es suficiente. El gobierno los quiere de su lado. Elemental, Scott. Siendo así, por conveniencia, la tregua será duradera. Aunque la inflación en alza podría dañarla. Pero vigilar ese frente es la especialidad de los bonos y de la Fed. La inflación no escala como señalan los titulares. La mediana de la canasta del consumidor arroja la misma variación de 0,3%, mes a mes, desde agosto. Un semestre completo. La inflación es alta, pero está bajo control, asegura Powell. No se impacienta. El año pasado, la estacionalidad se filtró también en los datos del primer trimestre, y gatilló una falsa alarma.
Con los bonos en paz, el dólar no tiene quejas tampoco. Y la Bolsa retomó su avance paso a paso, sin estridencias. El S&P500 cerró el viernes a 0,07% de un nuevo récord. La vida continúa. Créase o no, las Bolsas de Europa se desempeñan mejor que Wall Street desde que empezó el año. A esta altura, el susto pareciera que solo reina en la propia población. Y ya se dijo que urge calmarla para que no desanclen las expectativas de inflación (como lo registró la confianza del consumidor declinante según la Universidad de Michigan). O para que no se retraiga y corte abruptamente el consumo (como sugiere la caída inesperada de las ventas minoristas de enero). La gente sabe lo que Trump ignora: que ellos pagarán la fiesta de los aranceles. Convendría al menos bajarle el tono a las amenazas para que no piensen que se tirará la casa por la ventana.
Ambito